El enemigo más apasionado y
emblemático de Batman aparece en esta edición de las populares historietas
enfrentándose a un proceso por cargos de homicidios, pero que él desconoce. En
realidad, alguien ha robado su famoso veneno y causado la muerte en masa de
varios usuarios que probaron los timbres postales, coincidentemente, de una
serie conmemorativa a grandes humoristas.
El Joker defiende ardientemente
su inocencia declarándose demente, e incluso reconociendo que tales atentados
no estaban a la altura de su talento criminal. Pero pronto es cautivado por la
atención mediática que acapara su sentencia de muerte, y a su frustración le sucede el deseo de
reconocimiento que alcanzará con su ejecución.
En esas circunstancias Batman
intenta hallar al responsable de las extorsiones a la ciudad y las sucesivas
victimas del tóxico de la sonrisa, pero el Guasón se niega a cooperar ni tan
siquiera admitiendo si fue él o no el autor de tales crímenes.
Obviamente el dilema de la
legalidad frente a la justicia en este caso es inexistente, aunque los
personajes lo pretendan. Pero nos permite muchas reflexiones en torno a la
instrumentalización de un veredicto injusto para satisfacer la necesidad
colectiva de un castigo eficaz.
Sin duda el último dialogo entre
ambos rivales es para la historia.